La justicia acongojada, desolada en letras remarcadas por el tiempo, con la virtud dispersa en la lucha de los derechos enmarcados en papel conocidas por los juristas, seres imperfectos no responsables de su multiplicidad comprensiva por los otros, pero de lo cual, el Estado tiene su compromiso como Ius Imperium.
Con un poco de franqueza vemos a la justicia reconociendo desesperada los matices de una paleta de colores del proceder humano y que observa la imperfección del hombre, aquel, recurrente del error, como prueba de validez, que se acumula en su propia realidad. La libertad debe ser sacrificada por las dimensiones de la voluntad, que contrasta con una responsabilidad ante el público. La sociedad vive exhausta de falacias, de errores cometidos que se observan al contemplar una larga historia de verdades universales las cuales se desmoronan con el tiempo, vemos de presente una ausencia de verdad a cualquier nivel, que da como consecuencia el fecundar conductas delictivas que comienzan a ser aceptadas en su estilo de vida, sin importar cierta degradación moral.
Cuanto más cerca estemos de los otros, mayor serán los artilugios de la vergüenza que se siente por el sistema, es la propiedad para alcanzar el proceso universal de imparcialidad, no solo la distribución de la riqueza, las oportunidades, sino encontrando un consenso ideológico. Cada uno nace siendo una roca gigante única con puntas agudas, la cual gira moldeándose terminando siendo lisa, lo cual refleja en donde esta, con quien se identifica y que le representa el bien y el mal, todo para avanzar por el mismo camino.